Aquél señor que habíamos dejado atrás nos alcanzó y se puso al lado de mi padre con las manos puestas detrás de su espalda y el pecho sacado hacia delante.
Unos pasos acompañados con eco se acercaron desde el otro lado de la puerta, aguanté mi respiración y di un paso hacia atrás, la grandiosa puerta se abrió y una fina corriente de aire revolvió mis cabellos.
Una señora bajita vestida con un vestido oscuro y un mandil atado a su ancha cintura nos recibió con una simpática sonrisa. Llevaba en sus cabellos un moño bajo, y en la coronilla de su cabeza una cofia atada con horquillas, el señor que nos recibió en la entrada se adelantó y con su mano hizo un gesto para que cruzáramos la puerta.
-Aguarden un momento, le haré saber al señor Akerman de su presencia, ¿puede ser tan amable de decirme quien lo solicita?-Dijo aquella mujer con las palmas de las manos puestas en su resplandeciente delantal.
-Jeremy Jenzen, soy el artesano a quién encargaron un pedido.
La mujer sonrió e hizo un inclinamiento de cabeza se dirigió por el inmenso pasillo que teníamos justo delante, pisando una preciosa alfombra de un color blanco roto, y se perdió de nuestra vista cuando giro hacia la derecha, sonaba una melodía preciosa en toda la mansión, debía de ser alguien que tocaba un piano.
El mayordomo nos condujo hasta uno de los bancos de forja, no pude evitar pasar mi mano por aquella esponjosa tela antes de tomar asiento.
Ahora mi estado de nervios era aún peor que antes, entrelazaba los dedos de mis manos nerviosamente y a cada momento las pasaba por mi regazo para eliminar el sudor.
Mi padre al igual que yo, nos quedábamos mirando el exquisito decorado que tenia aquella entrada, el suelo era de mármol con unas graciosas baldosas brillantes que me hacían recordar a un tablero de ajedrez. Unos impresionantes cuadros adornaban parte de las paredes, no me fijé mucho en ellos pues desviaba la mirada a cada momento por el camino que tomó aquella mujer antes de desaparecer.
Al fondo del pasillo donde nos encontrábamos, habían unas escaleras que se detenían en un descansillo y desde ahí habían dos pasillos mas en ambos lados. Unos pasos se escucharon en toda la entrada, al principio los confundí con mi palpitante corazón acelerado, pues no me extrañaba que se escuchara en toda la mansión.
Distinguí a un señor bien vestido, alto con una melena dorada, no iba acompañado de aquella mujer, su traje era de un color gris oscuro, resaltaba su camisa de color blanco, y esbozaba una pequeña sonrisa. Mi padre y yo nos pusimos en pie al verlo aparecer, aquel señor bien vestido se acerco y se detuvo frente a nosotros con un inclinamiento de cabeza.
-Buenas tardes artesano, ¿señorita?.
Le contesté igualmente con una reverencia. Su voz era profunda y sonaba fuerte, sus ojos eran azules oscuros cómo el océano y su piel blanquecina era igual que la de mi salvador, por un momento pensé si aquel hombre sería su padre.
-Soy el señor Walter Akerman, ¿qué le trae por aquí señor Jenzen?.-Pregunto rascándose la sien, mientras yo decía para mis adentros que había acertado.
-E venido para decirle que su pedido ya esta listo, pueden recogerlo cuando deseen.
-El señor Akerman se llevo la mano al mentón y abrió los ojos ensanchando su sonrisa.
-¡Fantástico!, ya había oído que usted era el mejor artesano para encargar dicho pedido, mañana a primera hora mandaré al servicio para que lo recoja. Ahora por favor, vengan conmigo, le daré lo que le debo y les serviré algo de beber si me permiten.
Mi corazón palpitó ahora con mucha más fuerza que antes cuando íbamos tras el señor Akerman, nos condujo por el pasillo y giramos a la derecha cruzando un portón que antes no se podía ver. En frente había una chimenea pero no estaba encendida, dos sofás de color verde la custodiaban y en el centro una alfombra de color oscuro que brillaba con pequeños puntos de luz que atravesaban un ventanal enorme.
Pude ver que una mujer de pelo largo y de un rubio intenso miraba a través de aquel ventanal, su vestido de color rojo oscuro le caia hacia abajo con una cola a sus espaldas.
Más cuadros adornaban la estancia, en ambos lados de aquel ventanal habían unas librerías con montones de libros, las solapas de éstos eran de colores, y hacia un bonito juego con unas cortinas de color verde. Hacía la derecha divisé una mesa cuadrada con una pila de libros y dos candelabros del color del oro, detrás de ella, un sofá de color verde para no perder entonación con los otros dos de la chimenea.
Volví la vista hasta la mujer que miraba tras el ventanal y ésta se dió la vuelta encontrándose con mis ojos, era muy hermosa.
Su cabello era lacio, le caía hasta la cintura como una cascada dorada, sus ojos eran color miel ,y sus labios perfectamente pintados de rojo brillante resaltaba con su tez pálida, su nariz perfecta se arrugó y se la frotó con la palma de la mano.
Con la mano que le quedaba libre agarró una parte de su vestido y se sentó en un amplió sofá esponjoso que estaba situado entre las dos estanterías, enfrente del ventanal. Mis ojos estaban demasiado ocupados mirando lo que había a mi alrededor, era normal que algo se me pasase por alto.
Sonrió al cruzar su mirada con la mia, y agaché la cabeza avergonzada por tan descaro gesto.
El señor Akerman fue hasta un aparador que había en un lado de la chimenea y sacó algo que parecía un saco de terciopelo de color amarronado.
Se lo llevó a su oreja y lo agitó, dentro del saco sonaban metales al chocarse unos con otros, sonrió y se acercó hasta mi padre.
-Creo que aquí hay más dinero de lo que usted puede esperar.
Alargó su mano y mi padre tomó el saco entre las suyas.
-Gracias señor Akerman.
-Gracias a usted por su trabajo.
Sonrió,y le ofreció una copa de vino. Mi padre volvió la vista hasta a mí y una sonrisa paso por su rostro.
-En realidad, no hubiera sido posible sin la ayuda de mi hija, señor.
Pestañeé y tragué saliva, el señor Akerman fijó los ojos en mí y tuve que desviarlos por un momento antes de poder mirarle de nuevo.
-¿Cómo te llamas jovencita?
-Liz.-Contesté con la mirada cabizbaja.
-Liz…gracias a ti también, creo que la cantidad que le di a tu padre llegará para que te compres algo bonito y lo utilices esta noche..¿que te parece?.-Sugirió muy sonriente.
Mi padre frunció el ceño cuando me encontré con sus ojos, estaba confundida, no sabia a qué se refería el señor Akerman. Carraspeé y dirigí de nuevo mi rostro aquél señor intentado poder decir algo.
-Es usted muy amable señor, pero lo que mi padre gana es para nuestra casa, no podemos permitirnos comprar caprichos. Además yo no salgo por las noches, me quedo en casa con mi familia.-Contesté desviando varias veces la mirada.
El señor Akerman carcajeó y aquella preciosa mujer se llevo una mano en los labios soltando una risita entre dientes. Mi padre puso caras y se puso erguido , yo me quedé con el rostro inexpresivo intentando averiguar cuál era la parte graciosa que tanto le hacía reír.
-¿Qué le hace tanta gracia?.-Preguntó mi padre con voz seria.
El señor Akerman intentó detener las carcajadas llevándose una mano a los labios.
-Disculpadme…me parece estupendo que pienses así Liz, pero en realidad era una invitación para que vinierais esta noche a cenar tú y tu familia. Es lo menos que puedo hacer para agradecer la parte de tu esfuerzo al colaborar con tu padre.-Dijo torciendo su sonrisa.
Fue caminando hasta uno de los sofás situado al lado de la chimenea y se dejo caer.
-Podría darte otro saco con monedas de oro al igual que a tu padre, pero me parece un poco descortés por mi parte, estaría encantado de que asistieras con tu familia a cenar en mi casa.
Sonrió y no pude evitar devolverle la mía, desde luego que quería quedarme a cenar con su familia, pero el rostro de mi padre decía todo lo contrario.
-Disculpe señor Akerman, es muy amable por su parte, pero no podemos asistir.-Dijo secamente.
Fulminé a mi padre con la mirada, no había conseguido poder ver al joven Akerman en su propia casa, y ahora que tenia de nuevo otra oportunidad mi padre quería privarme de ello.
-Cómo prefiera.-Contesto el señor Akerman con gesto despreocupado.
El piano dejó de sonar, se levantó del sofá dejándolo hundido y se dirigió hacia la hermosa mujer que nos observaba con sus ojos penetrantes.
-Perdonad que no os haya presentado a mi hija, Mary.
Mi padre inclinó la cabeza y yo lo hice casi al mismo tiempo que él.-Siento que no podais venir. -Dijo su voz.
Sonaba como el cántico de una sirena, esbozo una sonrisa torcida a la que contesté torciendo mi cabeza y levantando los hombros. Miré a mi padre una vez más con cara de súplica pero hizo caso omiso a mi gesto, suspiré frustrada.
-Quiero darle las gracias por el gesto heroico de su hijo.-Dijo mi padre aclarándose la voz segundos después.
Pestañeé dos veces y un color rosáceo me subió por las mejillas, el señor Akerman frunció el ceño confuso y desvió la mirada a su hija Mary que parecía tener también la misma expresión .
-¿Qué es exactamente lo que hizo señor Jenzen?.-Preguntó aún confuso.
Mi padre me paso un brazo por los hombros frotándolo y sonrió.
-La otra mañana mi hija casi fue arrollada por un carruaje, por suerte su hijo la apartó a tiempo.
El señor Akerman llevó la mano a su mentón y sonrió.
-Le haré saber su gratitud.-Contestó indiferente.
-Bien, tenemos que marcharnos, a sido un placer conocerle en persona señor Akerman.
Estrechó su mano y Mary me dedicó una sonrisa a la que conteste igualmente.
-El placer es mío.-Contestó el señor Akerman con una amplia sonrisa.
Atravesó la puerta y se dirigió al mayordomo delgado que esperaba fuera.-Acompañe a los Jenzen hasta la salida.
Seguimos al mayordomo por el pasillo y sentí como mi corazón lo iba dejando atrás.
Estaba decepcionada, siempre que deseaba que algo ocurriera, ocurría justo lo contrario.
No iba a tener ninguna posibilidad de verle, y la única que tenia ya se había esfumado…
La tarde iba tomando un color anaranjado, adoraba esas horas del dia en los que el sol se ocultaba y se dejaba ver en el horizonte nubes de color rojo, hoy no tenia ese aspecto, me parecía una tarde sombría. De camino a la camioneta, no quise mirar hacia atrás, porque seguramente me causaría más decepción.
Cogí aire y abrí la puerta, me acomodé en mi asiento cerrando la puerta con suavidad, bajé los ojos hasta mi regazo intentando no ver nada del exterior. Mi padre subió y arrancó el motor, el delgado mayordomo abrió la verja cuando el coche se puso en dirección a ella para salir.
Mi padre se despidió de éste con la mano cuando la atravesamos, alcé los ojos y solo me concentré en el camino de vuelta.
-Vamos no pongas esa cara, ¿qué hacemos nosotros allí con esa familia?.-Preguntó papá.
-¿Cenar?.-Contesté disgustada.
Mi padre resopló, no desvió sus ojos ni un momento de la carretera
-No podemos ir Liz, nos quedaremos en casa..es mi última palabra.
-Está bien papá, no voy a discutir contigo.-Contesté cruzando los brazos.
Puse la cabeza hacia atrás mientras miraba a través del cristal y luché con mis párpados para que no se cerraran.
-¿Estás cansada?.-Preguntó mi padre apartando la vista de la carretera.
-Si, cuando llegue a casa creo que me voy a ir a dormir.
Frunció el ceño y volvió a mirarme.
-¿Sin cenar?.-Preguntó casi disgustado.
-No tengo apetito papá, solo tengo ganas de dormir.
-De acuerdo…
Sonrió y me acarició la mejilla. Cuando mi padre atravesó el porche, me quedé dormida en el asiento, se escuchó una puerta chirriar y me tomó en sus brazos cuidadosamente.
-Shh no la despertéis, esta agotada.-Escuche a mi padre decir en un hilo de voz.
-¿No va a cenar?.-Preguntó mi madre casi en un susurro.
-No, la llevare arriba, ya se despertara cuando tenga hambre.-Contestó papá muy bajito.
Mi padre subió las escaleras conmigo en brazos y abrió la puerta del dormitorio con dificultad, después me dejo caer en la cama y comenzó a quitarme los zapatos. Me puso una manta por encima y note como su aliento se iba acercando a mi para besarme la frente.-Buenas noches Liz.
-Dijo con un susurro, momentos después sentí cerrar la puerta tras él.
Esperé hasta oír que sus pasos se detenían justo abajo en el salón, y fue entonces cuando ya todo estaba en calma. Abrí los ojos en la penumbra de mi habitación me incorporé en la cama, me destapé y me apresuré a ponerme los zapatos.
Sé que lo que hacia no estaba bien, pero me negaba a perder esta oportunidad de volverle a ver, sólo una vez más…Abrí mi ventana y me asomé para ver cuál seria la manera mas rápida de escapar, había una altura considerable, pero entonces me fijé en el árbol que tenia más cerca de mí. Me subí con cuidado al borde sujetando mis ropas y con una mano alcancé una rama que sobresalía, parecía como si estuviera ahí preparada para mí. Tiré un poco de ella asegurándome de que no se partiría con mi peso, estuve convencida de que no lo haría, me mordí el labio cuando miré hacia abajo, por un momento sentí un mareo y meneé la cabeza para concentrarme en dar el salto. Incliné el cuerpo hacia delante y me balanceé en el aire, escuche un crujido que me asustó, no me entretuve mucho por los aires pues me dejé caer en el suelo.
Suerte que no aterricé con la rodilla, aún estaba en proceso de recuperación, y una mala caída podría fastidiarla aún más ,no me había percatado de ello hasta que estuve en el suelo. Mi sonrisa se ensanchó cuando lo conseguí y no me había roto nada, me puse en pie y alisé mi vestido con las manos.
Crucé el porche con cuidado y pude ver que en el interior habían luces, ya estaba anocheciendo
y salí de allí antes de que arropara toda la ciudad. Corrí como pude por la polvorienta carretera,
mi corazón estaba acelerado por la tensión, por la emoción, por miedo…era una mezcla de sensaciones distintas. ¿Y si encontraban que no estaba en mi habitación?.
¿Y si el señor Akerman me llevaba de vuelta a casa?, esta vez detuve mi marcha, ese último pensamiento me hizo detener, pero el recuerdo del joven Akerman pudo con todo eso, sonreí con ganas y me puse a correr cómo nunca imaginé que lo haría, corrí como el viento.
Sentí mi pelo flotar en el aire, mi corazón palpitaba ahora de una manera distinta, era como si él estuviera en cada latido de mi corazón. Llegué a la mansión en un abrir y cerrar de ojos, mi respiración era agitada, llevé la mano hasta la garganta y con la otra agarré uno de los barrotes de la grandiosa verja.
La noche cubria los cielos de un color oscuro profundo, miré hacia los lados sin saber que hacer, la mansión estaba demasiado lejana desde donde me encontraba nadie me oiría, tampoco podía trepar aquel muro de hierro, me estaba quedando sin opciones válidas. Si al menos hubiera una manera de avisarles…me dejé caer al suelo con las manos aferradas a los barrotes, estaba rendida, mi respiración se fue normalizando poco a poco según pasaban los segundos.
Apoyé mi cabeza contra las rejas, y un escalofrío me sacudió todo el cuerpo, el viento de la noche parecía puñales de hielo atravesando mi piel, me froté los brazos con fuerza para entrar en calor, pero no había nada que hacer.
Sé el primero en publicar un comentario, gracias!
ResponderEliminar... k pasara?? Xd
ResponderEliminaruyyyy eso digo yo mare mia que pasara se encontrara con el?? o me pregunto quien abrira la berja ajajajja uyuyuy que nerviosss muahhhhhh
ResponderEliminarHola, soy Naty otra vez: me ha parecido interesante este capitulo, ya que nos has dejado con la intriga y cada vez que pensamos que va a aparecer el haces puf! y nada nos dejas con las ganas.
ResponderEliminarVoy a por el proximo, un beso ATT:NATY